20090512

Correr



Parte IV
(si es la última...)

Ojalá pudiera dormir por siempre. Para ver mis quimeras desgajar las barreras de lo correcto, me gustaría adormecerse hasta la infinitud de los desenlaces.


Miraba el mar y contemplaba como los objetos, la sabia naturaleza y las glorificaciones se iban esfumando. La arena recorría mis mas preciados tallos, mis raíces, mis pies. Una sensación de felicidad insoluble en cualquier otra persona, solo en nosotros dos, aquel instante, ese panorama, barcos pesqueros, un océano perfecto, crestas de ola color azul profundo, aroma a comienzo de noche, estrellas fugaces por doquier simulando un espacio bidimensional.
Paradoja cinematográfica: proyector de ideas acumuladas, sentencia incompleta, sensaciones internas de olvidar la tragedia, para comprometerse con el onírico horizonte misericordioso.
Como si no se tratase de un consuelo, la humanidad lograba someterme a un cofre lleno de expectativas indescriptibles, entre ellas aceptar la preciada soledad, la mancha firme que distingue a una bestia de un grifo, a un centauro de un ser superficial, a una manada de lobos y una bandada de pájaros.
Quizás la soledad es necesaria al subsistir conciente de un hombre y su génesis.
Su creación divina (mucho más antigua que las creencias religiosas) estuvo destinada a ser un peligro andante, ya sea por su afán de lucro, o de poder, de imaginación retorcida a través de los tiempos, sus métodos destructivos y su necesidad incoherente e injustificable sobre hacer mal a otros.
Quizá el Señor de los Anillos no es una historia de ficción.
¿Cuánto permitido hay dentro de los fondos de la mente y cuál es el punto en que la estirpe arrebatará conciencia de su ocaso?
El bello horizonte, de la sabia madre Gaia, me hizo entender que la historia podría escribirse y explicarse en solo cuatro segundos, sobre el final de la hora.
Pertenecer, ¿A dónde? ¿Existe la casualidad, o los hechos importantes resultan ser causalidades sobre el coeficiente de la analogía a los círculos? ¿Es acaso el lobo estepario quien más errado está en su visión sobre el mundo, o es a la inversa, que esa necesidad humana de aferrarse a otros individuos para sobrevivir y enfrentar el miedo? ¿El miedo a que? ¿Al destierro? ¿A caminar como ratas y humanos entre las ilusas creencias de que “Dios” mata y castiga a quienes su moral no esté avalada por el dogma de la ciencia contemporánea?

Ella se acercó y me abrazó por la cintura fuertemente. Sus brazos creaban una sensación de calidez estupefacta sobre mi vientre, su perfecto rostro, su facción iluminadora apoyada en mi jorobada espalda me mostraron que todas estas preguntas que recorrían el laberinto de mi mente, tenían su solución, y yo (tanto como ella), estábamos completamente seguros. Eran aprendizajes. Vidas y recuerdos, dejavúes de otros tiempos, de habernos conocido en la Edad Media, o antes inclusive, pero todo esto recaía en aprender, y crecer, evolucionar.
Pero no evolucionar como una raza preparada militarmente para aniquilar aquello que desconozca y produzca miedo, o enjuiciar a los individuos por sus enfermedades criminalísticas, o vender la moral por unos fangotes de billetes verdes que giran en el mercado mundial, sino como humanos, nada más ni nada menos. Nunca existió una obviedad mayor a esa, evolucionar como humanos.
No logro todavía entender porque si se han resuelto enigmas indescifrables, como jeroglíficos elevadísimos de la civilización Egipcia o los enfocados Mayas, ¿Por qué implicaba tanta dificultad razonar ese concepto: evolución como humanos?

Di la vuelta y la bese, sin demasiados rodeos. Estuvimos un largo rato enroscados, viajando a lugares como en los cuentos infantiles, y finalmente la tome de la mano izquierda, acaricié su anaranjado pelo, mire sus alas y le dije:

- Es hora de partir, el tiempo nos ha llegado y el horizonte no puede esperar más. Hace tiempo que nos viene esperando, y ahora es el momento de zarpar hacia otro lugar, donde las nubes no lloren por los humanos perdidos en su oscuridad, ni la Luna o el Sol quieran suicidarse en cada ciclo. –

No me contestó, puesto que no había nada que decir. Sabía que estaba en lo cierto, y que esta vez el mensaje era muy claro, alejado de toda escoria posible, de negativismo y de objeciones burocráticas, era simple y conciso.
Apoyó nuevamente su rostro en mí, tocó mi pelo y me susurró algo al oído, que no logré descifrar.
A mis espaldas la noche había cedido, ahora solo se veían los lamentos de esas constelaciones que fueron sacrificadas para darle otra oportunidad al hombre, los sollozos de esos volcanes en erupción que despertaron tras años de estar dormidos, toda la naturaleza lloraba a gritos la pena profunda que había sentido.
Se sacó la ropa muy lentamente, quedando completamente al desnudo, mostrando su completa naturalidad. De alguna manera, yo intuye que era mi turno también. Deje mis piltrafas a un costado de las suyas, nos tomamos de la mano y comenzamos a caminar hacía el horizonte, donde brillaba la última estrella viva, virgen de mal y pura de bien.
No sentíamos absolutamente nada, más que una conexión interminable, de toda la vida. El agua del océano resultaba cómoda, tibia y vivificante. No hacía falta hablarle al oído o decir una grosería como era costumbre en mí, sino dejarse llevar por el llamado de la Tierra.
Finalmente seguimos caminando mar adentro, y nuestras manos estaban firmes y cálidas, la mente estaba tranquila, y el cuerpo había dejado de funcionar, pero yo sabía (tanto como ella) que nada había que temer.
Y así fue, que al estar de pies a cabeza sumergido con mi única dama, perdí el conocimiento y el interés de cargar semejante pena por el resto de la humanidad. Los duros infiernos se habían apagado, los círculos de la vida llegaron a su fin, y prontamente estábamos en el último, el más grande de todos, camino hacía una evolución insuperable, donde pudimos entender y dejar de lado todas esas cuestiones materiales, y esas ataduras: impuestos, hipotecas, autos último modelo, celulares importados, comida chatarra, televisores pantalla plana, electrodomésticos, bancos, cuentas bancarias, adeudamientos, boletas de gas, agua, luz, aparatos electrónicos para facilitar la vida, todas esas cosas que hacen del hombre una maquina destinada a perderse en la telaraña de la exactitud, de sus orígenes y sus verdaderas necesidades, que van bastante más allá que su triste y mediocre consumismo por la vida.



Nota:
No se si algun individuo ha leido esta nueva "historia", quiero aclarar que es parte de un sueño, y quizá ahí recae lo esencial: lo onírico que la vida puede ser.
Quienes no hayan entendido nada jodanse por no experimentar. Quienes entendieron mis felicitaciones, pero no se trataba de entender. O si, depende donde este lo esencial de la esencia efervescente.