20080630

Banderas rosas, pequeños burgueses



(Parte 1)

Era inevitable pensar en decadencia. Habíamos sido víctimas de muchísimas incongruencias sin siquiera ser escuchados, por cuestiones de espacio ínfimas pero ciertas, y quizá eso era lo más doloroso de todo el trayecto semi angelical.

Francisco y compañía sonaban de fondo. Sentía mis momentos de reflexión más cercanos, puesto que ya había vivido toda la parte más compleja en este monumento al destierro psicológico, a la marginalidad por parte de la ignorancia, y otro abanico de boludeces de ese tipo.
La noche del viernes había sido catastrófica. Cuervos sin cueva, lagartijas y sabandijas que no aportaban a las ganas de crear momentos cristalinos como tiempo atrás lo habíamos hecho nosotros, como un grupo. En aquel entonces no teníamos diferencias sociales que nos llevara a descongruir todos los lapsos espaciales. Pocos nos decepcionamos al saber que nuestra funcionalidad ya no era la misma, que el mecanismo del engranaje de la amistad se estaba evaporando como si fuera una especie de hechizo mal casteado.
De a ratos me sentía drogado, enojado con la situación, ebrio, melancólico y hasta impotente por no querer evidenciar que los cambios se acontecían, y a veces uno debe aceptar lo que descaradamente sucederá, por más que los libros de teología digan lo contrario, y las teorías samuráis sobre el destino nos den otro peldañito para aferrararnos antes de caer al vacío de no tener ganas de ver con claridad.
Justo en ese momento y con explosiones en el cielo, Francisco y compañía me recordaban esta teoría como una especie de proyector de cine.
Las amistades y las relaciones se basan en una funcionalidad óptima de tamaños inconsiderados. Cuesta creer en la posibilidad de ser maquinas autómatas, cerberos jadeantes o chuletas de cerdo a la riojana a caballo cuando nos sentimos inútiles ante los hechos.

Un proyector de cine, como su nombre lo índica, consiste básicamente en mostrar una seríe de fotogramas, proyectados a una determinada velocidad (generalmente eran 24 fotogramas por segundo, según mis memorias de estudiante cinematográfico), y con toda una tramoya del estilo físico, químico.
Primero claro tenemos la funcionalidad de una cámara de cine, sea analógica o digital, en la que ahí si, la luz se descompone en tres colores por medio de un prisma, o un chip electrónico de carga acoplada, después están el iris, los diafragmas, los haluros de plata en la película (cuya sensibilidad se mide en ASAS), y bueno el clásico proceso. A veces siento que fui entrenado como un soldado de Irak.
Nunca pude comprender, porque resulta tan difícil filmar, ni cual es el sendero que debería seguir el arte del cine, y sobre todo porque siempre es más importante la técnica sobre el contenido.....
De alguna manera, era una especie de androide-soldado preparado para filmar todo aquello que mi conciencia perjudicara, y así filmaría historias estúpidas, de jóvenes que se encuentran en la plaza fumando marihuana y encuentran sombras, o de mujeres histéricas que tienen sexo con gente en consultorios, o de cuan surrealista puede ser un codicioso y engreído estudiante cinematográfico. Lo extraño será cuando ponga mi cámara en plaza General Las Heras, y preparando a los actores, pasar por alto la constante, desgarradora imagen de ver que mientras reímos y hablamos de David Lynch, un niño de apenas cuatro años entre sus dientitos, y sus manos de obrero, me pregunte: “¿Qué es eso?”, y yo señalando la gran cámara Mini-Dv de 3 CCD que descompone los colores para obtener mejor calidad (¿?), decirle......: “Esto.... bueno esto es un juguete para mostrar la imagen del mundo que yo quiera.”, él quizá con sus ojos mundanos me mirara a los ojos, y se dará cuenta que si no fuese por él yo hoy no estaría sentado en la silla, y estaría exprimiéndome las pelotas, con tinte azul por cierto, vestido al estilo belgranense, y consumiendo 45 películas semanales para no poder comprender que la técnica es espontánea, que el cine y el arte también lo son, pero la revolución no.

A veces quiero ser una pluma. Quiero ser inocente y permitirme ver la vida sin ojos críticos, simplemente dejarme llevar hasta donde el viento del progreso me empuje, y al menos llegar a la mano de una colorada, que enamorada de mi mismo se haga cosquillas en el pie, en el cuello o mientras abre sus piernas en flor, un domingo a la noche sola, sin ningún embarcadero a la vista.
Sí, a veces me encantaría ser una pluma. Pero para ser una pluma hay que morir primero, hay que coser las rodillas (que tanto nos duelen ya), ponerse unas gasas y parar esa constante hemorragia imperialista que nos oprime desde que tengo memoria visual. El cambio nunca es evidente. El cambio es un galimatías, es un desmadre en mexicano, pero es necesario.
La actitud del bohemio, del anti todo, del anti tribu, del drogon, narco epiléptico, es vivir rodeado de cambios. Dejar de pensar como vivir, y salir a patearle el culo a la vida, demostrando que la bandera de la ideología revolucionaria siempre será mas fuerte, y que el rojo es nuestro color favorito, por la sangre del oprimido, por las costillas rotas de los jóvenes y niños que les importa un reverendo carajo el peronismo, y que ellos nada tienen que pagar por las aberraciones constitucionales y sindicales de los dirigentes actuales. Que ninguno de ellos pidió ser obrero antes de tiempo, que ninguno de ellos (teñidisimos de rojo) conoce el materialismo clasista, y que tampoco le interesa formar parte de los restos consumidos de una argentina anti ideológica, disputada, cizañada por el afán del lucro. Quien más general es, más peronista se siente.

Me fui al carajo, retomando decía que las amistades son como un proyector de cine.
La película puede tener diferentes sensibilidades. Los amigos también. Cojerte a su hermana, su mejor amiga, o la ex novia, son películas quizá demasiado sensibles para proyectar, y corren riesgo de sobre revelarse (dejando nuestro negativo en blanco) o humildemente recibir un buen puñetazo en la jeta, y una tremenda patada en la verga, hundiendo nuestros generales miñón hasta el monte olimpo del dolor humano.
De cualquier manera, siempre es tantear el territorio, después proyectamos. O quizá no, mejor será hablar, levantar la voz, y exigir que la gente conozca las cosas como deben ser, que las amistades o las películas de cine se den a conocer lo más duro posible, que parte de ser amistades autómatas, hay que saber enfrentar los dichosos cambios, y que si nos toca el bolsillo pequeño burgués y las ideologías se funden en negro, es tiempo de seguir adelante.... no de recortar gente como si fuesen muñecos de papel para después quemarlos, catalogarlos y decir: “Ahhh bueno es solo una etapa rebelde”, ¡No claro que no!

Las etapas rebeldes surgen alrededor de los 15 años. Las etapas revolucionarias, subversivas comienzan cuando el entorno te facilita progresar, y cuando si los desafíos (los verdaderos) no se presentan, aprobar un parcial se consigue con comerse libros, o dar una clase sobre filosofía existencialista es hacer cuatro preguntas. Ver una película pochoclera, tomar una cerveza sin ebriedad, escuchar Hip Hop o Punk-rock, son partes de las etapas semi rebeldes.
Estas también se denominan, semi imbéciles, semi nefastas, semi estúpidas o etapas burguesas.
Los Koalas son fascinantes. Rompen con la ideología de la tradición, consiguen lo más extraño que tiene la tierra, el misterio del eucalipto.
Un joven estudiante debería romper también con la ideología de la tradición, y saber que K es mala palabra, que los pingüinos, los pacos verdes y los sindicalistas son malas palabras, son santuarios profanados por la basura, por la pestilencia, por el favorismo y la ignorancia de vivir de rodillas.
Quizá las películas sensibles, se dañan de manera tajante por demostrarle al otro, que quizá su lugar este equivocado y que eso no es motivo para seguir equivocado, y que además equivocarse es el mejor paso a la espiritualidad. Que su lugar, no debe conservarlo, ni sentirse amorfo, que nada es motivo de genialidad, sino abrir sus plumas, sus vientres al constante cambio, del fervor rojo revolucionario y la Pluma que todo arrasa, hasta inclusive los devastadores murales de Diego Rivera.
Ser subversivo es quizá el camino más rápido de tener sexo. De fumarse un porro, de destapar una buena cerveza bien fría, o del cigarrillo mejor armado, pero ser subversivo es además sentirse vivo, y que en realidad nunca nos educaron, que el colegio primario y secundario fueron cámaras criogénicas y que recién ahora nos despertamos de aquel sueño (pesadilla), ahora es tiempo de educarse. Y si no me creen pueden preguntarle a Jim Morrison, o a Carlos, que una vez cada tanto viene a recordarme que todavía debo seguir quebrándola en el sofá cama de casa color verde, tirando cenizas y fumándome un pucho por el lado contrario al filtro.