20080731

La prisión (inconcluso 1)





Había estado sugestionándome un rato largo. El escape de las colinas pudo ser mucho más propicio que cualquier estrofa de un poeta malhumorado. Momentos de cocaína, pelos atómicos en las partes más ínfimas del cuerpo, una mente desgastada y la adrenalina que desbordaba los campos sensoriales de mi infierno.
Sonaban en mi mente los estallidos del cielo, le hacían blasfemar, desvariarme un poquito a la derecha, retomar mis ideologías y analizar los hechos que me frustraban el escape en este instante.
Tomé el camino hacia Avenida Monteaplastado y la intersección con el pasaje Mónaco.
Una zona industrial, un asco, la basura en las calles era el mismo asfalto, los adoquines teñidos de negro, el hollín, se acumulaba bajo las suelas de mis pies, cayos destapados por haber corrido toda mi vida.
Era de día aproximadamente cuando la gente empieza a desmembrarse y los puestos de choripán levantan sus carritos para que el movimiento de los camiones, no contagie a sus clientes. Estaba solo, pero acompañado. El ruido me taladraba la cabeza, y lo único que podía hacer era caminar en línea recta, hasta cruzarme con algún colectivo que me llevara lejos de allí.
El puerto estaba también a pocos metros, una hediondez, ruidos de grúa, barcos, gaviotas, obreros trabajando, millones de containeres con quien sabe que cosas, hasta inclusive muchísimos monta carga apilados unos con otros. Estaba de nuevo en Malos Aires. Pensé que mi escape iba a ser para siempre, pero el destino ata al individuo a sus más tristes temores, y aunque estos sean de una inmundicia desmesurada siempre se cae en el punto de partida del miedo humano.
La reflexión y la mitología son solo puntos de quiebre en la vida, laureles astrológicos de coronas que nunca llegan a las manos del más carenciado.
Era quizá el más diminuto de todos los gigantes del lugar.
Pequeño, sumiso y desconsiderado, pues me había escapado, pero aprisionado al mismo tiempo queriendo ser y dejar de pensar en que la vida me había caducado con sus cuentas vencidas, que el perfume de mujer aplastaba mi lengua, que las ideologías que llevaban mi bandera habían sido descuartizadas y solo entraría en conflicto conmigo mismo. Me recordaba a mi mismo, como una pintura. Mis más profundos deseos mono cromáticos ya no tenían incoherencia artística, sino que iban apagándose para fundirse con un azul, con un naranja linterna, y con el pincel de algún aristócrata que deseaba expresar sus sentimientos sin sentir nada. Pero era inerte.
Al movimiento sobre todo, a aquella ciudad-rata que tanto profundizaba la economía de un país represivo, ambiguo y productivamente explotado.
Finalmente (y con el cigarrillo consumido), pude llegar.
No se si había llegado a la intersección, o a lo más profundo de mis pensamientos, de mis fractales, y sencillamente me importaba un pito.

De fondo me acordaba del bolero “Regálame esta noche” y su bella cantante, que solitaria aún buscaba algo más que existir sin melancolía.
Y todo fluyo así sin demasiado perdón de su parte. Las dimensiones de mis alucinaciones eran casi extremas, y poco podría recordar sobre ese momento, especialmente al mirar los vehículos pasar, mientras dentro de mí se iba consumiendo la flama del pudor. Atado así a un montón de incongruencias de mi parte, volví al mismo túnel negro de siempre.
Pase de rodillas sin sentir demasiado, hasta toparme con la esperanza en vida. Un cuerpo increíble, y una necedad de lo más exquisita. Vagaba ella por los quehaceres de existir, mientras sin una perspicacia subordinada, miraba de reojo mis pensamientos volar y volar, para al final dejarme desconcertado. Inútil, sin resentimiento, pero útil al menos. Sin ganas demasiadas de explotarme, pero con la necesidad fatal de extender mi vuelo hacia un nido mejor.
El soundtrack de mi vida estaba siendo asediado. Los cambios temporales y espaciales volvían constantemente. Ahora estaba un poco mejor que en el otro universo, pero de cualquier forma, comenzaba a sentir la lucidez de a poco.
Ella se acerco a mí, caminando despacio, piernas entrecruzadas, y poso sus ojos frente a los míos. Una vida nos reencontraba, recuerdos de futuras relaciones, aquellos ojos súper dotados de color celeste en su centro, un sombreado arquitectónico marcando el fin y el comienzo de semejante estatuto. Unos ojos fascinantes, llenos de dolor, pero vacíos de emoción. Porque nunca había llegado, o porque no le interesaba, hacer algo más que mirar con su sencillez.
Pequeñas y hermosas manchas semi marrones en su cara, joven, simple, pero destellante a la vez. Ni una gota de soberbia en el cutis, y un esplendor acribillante en aquellas pecas.
Me exoneraba toda culpa. Las montañas batallaban y la música seguía y seguía.
Apenas recobre el conocimiento de mi mismo, sepulte el destino para siempre, de manera que pudiese dedicarme al aquí y ahora. Si la dejaba correr, iba ser una desgracia, si me dejaba aplastar, pronto mi lengua se hundiría y ya nada puede corresponderle a ella, oscilante criaturas de las que lloran piedra molida.
Demasiadas metáforas, mucha filosofía, y una pizca de inspiración fueron el recipiente.
Todo lo demás fue orinado como una costumbre mía, siendo ella mi cómplice, y así nos delatamos los pechos abiertos, las ganas de volar un rato, el destierro angelical, la sabiduría de los sonidos, y el color rojo de Jimi Hendrix.
Necesitábamos algo el uno del otro, y habernos cocinado a fuego lento, fue la mejor receta de todo esto.

Los instantes siguientes me secaron repetidamente, tuvimos que dejar el cuerpo para más tarde y volver al panorama industrial de mi conciencia, donde ya no quedan muchos seres humanos para expresarse.. donde hablar es un hábito extraño, pero habitar se torna en revolver basura, constantes situaciones desafiantes, para comprender que aun simple es más difícil fenecer.


Soundtrack:
Young Marble Giants
Young Marble Giants
Young Marble Giants