20081124

Vivo al fin




Las películas y el cine tienen algo en común: la vida real. La música y las drogas existen para si, la cadena de auto sustentación suelen ser los peores problemas de aquel que irradia estructuras inservibles. No existe nada imposible sino complicado. No existen laureles sino coronas, pero estas últimas no pretenden estar como halo del ego, y fomentar la soberbia de lo imperdiblemente lógico que resulta sentirse un personaje. Quienes juegan personajes saben muy bien jugar ajedrez. Sus tácticas son aplicables, su cobardía o valentía a la hora de existir, radica directamente en el nivel de juego. Un oponente débil e indeciso presenta una baja de moral en sus fichas, y en sí mismo. Quienes se creen toscos y duros, completamente la imagen del macho idiota, van a la guerra sin cuidar sus fichas. Sus únicos dos pilares, como sus dos únicas torres, suelen ser la belleza y lo superficial.
La vida entonces es como un ajedrez insolente, ataca y ataca, defiende demasiado bien, y castea hechizos inexistentes sobre los seres. Amor, odio, lujuria, avaricia, codicia, dejaron de ser pecados en el mismo momento que la ciencia entró en las mentes de los jóvenes.
La lógica y la razón parecen ser fundamentales en el fin del principio. El materialismo, la globalización, el dogmatismo, el imperialismo, la decadencia social, los desastres climatológicos, la estupidez rata-pesticida corta yugulares de todas las sociedades involucionadas es la excusa perfecta para plantar la semilla de la ignorancia. O la manipulación, lo fundamental: vivir para trabajar. ¿Trabajar o vivir?, ¿Vivir, vivir, vivir, trabajar, morir trabajar? ¿Morir, vivir, morir, trabajar, trabajar, trabajar, morir? ¿Morir ir y venir, trabajar, vivir o morir viviendo? ¿Trabajar muriendo, o vivir trabajando?
Los emblemas y los anagramas estúpidos son las respuestas al futuro.
Mierda por doquier en sus mentes, cromosomas imperfectos de los miedos e inseguridades de antiguas generaciones. Generaciones acribilladas por la autoridad, la autoridad confundida y definiendo los lechos de vida de sus pobres cabezas oprimidas. El rojo fervor va muriendo de a poco, cuando el blanco paz inunda los cielos, los mares y las puertas del infierno.
Somos infernales mercenarios para la nueva revolución. Los mercenarios nunca mueren, solo se reagrupan en el infierno. Todos existen y viven para ser mercenarios, pero solo algunos logran comprender porque sostienen las vivencias que llevan, y los lugares que transitan, los medios que acompañan, los viajes astrales y no tan astrales, los viajes psicodélicos, o de color verde con papel de lillo. Parecería ser que es mejor fenecer con las ocho horas laborales, que buscarle una vuelta a la situación, probar llaves en diferentes anzuelos y llegar a la conclusión que los mercenarios están mejor pagados, por el universo.
Los ojos que tantas cosas nos han recriminado, les gusta pensar que su territorio no está en crísis, y que fuera del rebaño, todo está mal, y es oscuro, cuando la oscuridad es el peor enemigo del hombre.
La oscuridad suele trascender en la vida de las maneras más inesperadas. Los lujos, las cuestiones materiales y las estructuras existen porque la oscuridad es más fuerte. El cielo y la luz escasean, pero solo se encuentran refugiados, como los guerrilleros de un país que pelearon y murieron en las alcantarillas, porque los gobiernos de mostacho no querían ni quieren un pueblo que cuestione.
Nos entrenan como maquina de matar la vida, con rutinas, prejuicios, envidias, emociones semi existenciales, guerras ideológicas sin sentido, manipulación genética, pero cuando una pequeñísima línea de la vida se corre un milímetro, es motivo de enjuiciamiento.
Las antiguas generaciones lucharon por su sueño, un buen salario, horas encerrados en cuatro paredes y sumisos a un cacique, nosotros queremos la revolución, y la queremos bien. Mentes al pueblo, y dejemos los fusiles de lado.
Somos si, mercenarios y revolucionarios seres de energía que destruyen y desmitifican toda la basura que hemos engullido por siglos y siglos, nos mataron a nuestros padres jaguar, a nuestros padres águila y a todas nuestras profecías…
¿Quién podrá matar ahora los mercenarios fénixes que juegan a capella los espíritus oprimidos de nuestros aborígenes, nuestros guerrilleros ideológicos? ¿Cómo podrán destruir las sociedades las mentes puras, los corazones sanos?