Parte IIIVolví a ella.
No supe como entrar, y al fin de cuentas me quede en su puerta principal. Comprender el sentido de la soledad, pudo hacer chasquido en nuestros sentidos más oscuros, mimetizándose con las apariencias de nada, de poner una careta como la justa y misma, de esa boutique estilo londinense, donde había jugado conmigo su inmunda sensación de frialdad.
Todo se trataba sobre esas caretas que el nuevo mundo humano generaba como espermatozoides.
O a lo mejor ni siquiera nos importaban esas sentencias falsas, esos discursos políticos de aire dominguero, esas amistades falsas, o los billetes de anteayer, sino que existir se provocaba con la mezcla de otros colores.
Tonos, blanco y negro coexistían, y sin embargo podíamos ofrecerle al incurable cuadro, un choque diferente, lo que me llevo decisivamente a arrimarme, para comprender aún más lo que ella tenía para decir, y todo este tiempo nunca se animó.
Dibujando en la arena se encontraba, un círculo pequeño, seguido por montones de otros círculos mojados por la arena, y así su anular enervado, tieso, nostálgico, llamó mi atención.
Me senté a su lado de manera pretenciosa. Pude observar un tiempo como recorría una y otra vez el primer y pequeño círculo, mirando fijamente un punto perdido en el espacio del no-tiempo aquella tarde gris de un agosto deplorable. Sus manos cada vez tomaban un color escarlata en sus prolongaciones, resaltando la temperatura fría, que como un aire de anhelo llega a los habitantes, cuando su desesperación, sus agravios, sus hematomas y sus sueños frustrados, planean ahorcarse en un estanque de cera enorme.
No hay retorno para el frío desconsolante.
Me quite las zapatillas, para apreciar un poco más de cerca, una conexión leal con la biosfera. Al mismo instante vi como su nariz, sus mejillas y sus labios, se convertían en un fantasmagórico tono rojizo escarlata. Inclusive, tropecé visualmente con sus pies sumergidos a medio tobillo, en los resonantes y constantes atrevimientos del océano.
Un espectáculo eminente, perfecto, de un apaciguamiento imaginario, pero dentro de esa figura, ese monumento a la vida ilustrada, sabía que un infierno se desataba. Otro infierno, similar al mío.
Puedo recordar que me sentía como el culo. Me fastidiaba bastante la brisa congelada que jugueteaba con nuestros pelos, de cualquier manera, recuerdo tomar su mano (esa que estaba desdibujada casi, resguardada entre sus piernas), acariciar su piel unos segundos, pero nada de esto parecía importarle, puesto que sus ojos habían logrado desprenderse del cuerpo, dejando lo material, lo físico para más tarde.
Yo también estaba ansiando distanciarme de todo lo despreciable, de todo el escorbuto, y me resultaba imposible hacerlo, sabiendo que ella, ya no estaba ahí presente para verme, para evidenciarme al menos, y comprender la situación o encrucijada que el universo había preparado sabiamente.
Estuve un rato largo desorientado, juntando energía me atreví a irrumpir su ritual, aprisionando su mano que dibujaba un círculo continuo que parecía nunca terminar.
La recuerdo helada, como un aliento a esperanza. Me miró solitaria y sin pensarlo demasiado susurró serenamente:
- La vida esta compuesta por montones de círculos interminables. Empezamos en el más pequeño, para crecer con experiencias y vivencias, evolucionando y abriendo nuevos caminos, otros círculos mayores. Cada momento de soledad, cada destierro, cada depresión, hace tocar fondo, para darte cuenta que estás en lo más bajo, y más de eso no se puede ir, excepto ascender a círculos mayores -.
Vacilé, me percaté de sus palabras y con total seguridad le dije firmemente:
- De eso se trata todo esto, tocar fondo y crecer, revolver entre toda la mierda, para encontrar tesoros, que resultan inexpresables. Aquí y ahora, revolví entre toda el rejunte de basura de este último tiempo, pero como cortesía inmediata, entre en esa boutique abominable. -.
- Transité todos estos últimos círculos – dijo señalando los dibujados más amplios- pero nunca encontré algún tesoro en ellos, solo el saber que al final de cada uno de estos, algo nuevo germinaría de manera causal. Toparme ahora con esta realidad, me hace tocar a la cúspide de mi vida, que ha sido de lo más grata, de lo más sulfurosa, pero una de las que mejor quiero recordar. –
- ¿Porqué me preguntaste si yo creía que nuestra relación iba a funcionar? – pregunté reflexivo.
- Porque percibí desde el primer momento, que tu soledad y la mía, tu incongruencia, tu desapego por la vida, iba a unirse con mi abandono, era solo cuestión de tiempo...-.
- Entonces... ¿sabías que todo esto iba a pasar? –
- Sí... lo supe en el momento que corriste para seguir mi camino, aunque dudé de a momentos si realmente habías entendido de que se trataba todo. –
- Corrí porque entendí tus palabras, que de alguna forma, se asemejan a las mías, a tus incongruencias, tus desapegos por la vida, y mi abandono... era cuestión de tiempo saber que tu frialdad eran solo máscaras para protegerte... ¿De que? – dije sosteniendo sus manos cada vez más fuerte.
- Protegerme de entrar en un nuevo círculo, que no voy a poder ver, ni voy a poder compartir, porque por más que en este momento sintiera como todas las penas de mis memorias clausuradas se disipan, nuestros mundos son diferentes, y nunca vamos a poder unirlos. Por eso, la mejor solución es huir, escaparse y que nuestros anillados ciclos circulares nunca se destruyan entre sí. – contestó preocupada.
Solté sus manos. Dos segundos atrás pude sentir todo ese tormento que la embriagaba. Era de un poder indiscutible, de una oscuridad imploradora, y la implosión de todo eso, lograba hacerme jactar de que los infiernos existen. Pero no existen como una imagen divina de la lucha entre ángeles y demonios, sino dentro de cada ser, cada especie reprimida de sus verdaderos ideales, la bestia vampírica la culposa sensación de un hundimiento completo.
Lleno de mierda se encuentra el pensamiento humano, al luchar contra indescriptibles atrocidades que intentan ser los grandes misterios de un siglo abandonado en el escalafón de la evolución.
Motivos cuestionables resultan, agrupar a las sociedades como venados tuertos dentro de un rebaño abominable de ideologías secundarias, donde la mejor vanguardia es aplastar los sentimientos con la cadencia anti estática de ser unos imbéciles conformistas con el entorno material.
Insuficiencia vivencial, un límite descomunal entre la espada y la pared. Parecen ser más los problemas que el burgués se genera, que los que realmente se muestran visibles a la realidad inherente.
Una búsqueda fétida, a separarse de lo que realmente vale la pena luchar por, y por lo que realmente la escoria acumulada en las grandes ciudades, intenta hacer creer a sus habitantes.
Ciudadanos ilustres, de pensar equívocamente. Aldeanos inferiores, son, por el simple hecho de negar sus vulnerabilidades, y aquel osado héroe que logré hacerse cargo de lo que le toque, es un sapo, una larva, un gusano de mil aptitudes ante el ojo enjuiciador de la denigrante sociedad atormentada, translucida e irracional.
Entendía su pena, regar una flor de luto, entre tantas tumbas espirituales, era como sucumbir ante el terror norteamericano.
Como todos esos organismos simulados de nacionalidades soldadas, que buscan excusas para sentirse “honorables”, y condenar los métodos usados por otros gobiernos defactos en el África, en la demolida Sudamérica, asentamiento hoy y siempre de las grandes potencias. Todos ellos, torturados de las justificaciones injustificadas, de los procedimientos oficinescos, esa diarrea, ese colon putrefacto, agonizable simbiosis de la analogía a la mierda indestructible, a todos esos soretes de color blanco, fuesen ya por su incompetencia, o el magisterio de haberse arrinconado por el vacío.
Supe que involucrarme sentimentalmente con ella, sería un escape a todo lo anterior, pero que dolor saber, o conocer, el infierno propio y el ajeno, cuando afuera en el exterior, la vida humana usa bocetos coloridos, intentando esconder su verdadera cara.
- Estoy dispuesto a destruir cualquier círculo, tocar fondo, pero crecer siempre...aunque eso simbolice terminar con este ermitañismo que nunca deje de predicar. – le dije profundamente.
Nuestras manos continuaban firmes. El frío iba consumiendo la tarde, prontamente las olas del viejo mar acompañaban aquel perfecto sol, y sus compañeras nubes, que desnudas en su andar, acribillaban al resto del tiempo, hilando fino una tela maestra donde pronto la noche ascendería para iluminar aquellos veleros pensantes, tan perdidos es sus trayectos. Gaviotas y otras aves revoloteaban con el llegar de algunos barcos pesqueros, su profunda paz interior en esos marineros, preparaba el repentino alejamiento de los ruidos en la molesta ciudad.
Mis creencias sobre la necesidad eficaz y correcta de los cementos con ventanas, iban generando sus dudas, y sutilmente llegaba a pensar que tanto mejor sería, y cuán educado, era sumergirse en ese océano marino para nadar por siempre y despertar cuando todo haya terminado.
Las analogías del ángel sobre los círculos humanos, sus crecimientos, experiencias y el avance tocando fondo, hacia el ascenso, aturdían mi mente. La inspiración divina para existir, estaba frente a mis manos, mi espíritu y no pude hacer más que dejarme llevar. Todo contra lo que yo luchaba, pasaba a segundo plano, toda ese gente que pensaba en los coyotes alejados de su manada, eran gases impertinentes, tirados al azar con la más indiscutible flatulencia.
Necesitaba respirar de repente. Me levanté, deje sus manos durmiendo con su rostro entumecido, caminé hacía lo orilla y metí mis pies en el agua salada. Una vivificante energía recorrió todo mi cuerpo, mejorando mi visión, mi sistema cardíaco y aclaró también mis pensamientos momentáneos. De a poco, las llamas iban suturando, mientras que mi reinante caotismo era zurcido con hilos de mujer en tarde fría, sobre un agosto in memorioso de ese inconciente colectivo llamado existencia.
La joven angelica finalmente salió de su trance, al instante justo que yo había procesado mis pensamientos.
Prendí un cigarrillo, el primero de la tarde, para ultimar los rayos de luz.
Una película de cine ruso, al acabar el día, con sus vientos perfectos, moldeando y esculpiendo las preocupaciones, el constante repiqueteo del agua, mis ojos cerrados y pude entonces encontrar todo lo que necesitaba. Tantos años sin darme cuenta que siempre todo, había estado ahí. Inclusive, el mar, los árboles, las omnipotentes montañas, los insectos, los animales, el frío, el calor, las brisas primaverales, otoñales, veraneras y de invierno también.
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