Parte I“My Love is like a flower, daisies are always free. You’ve to let it be free”
BJM
De repente se sumió todo en un momento nupcial.
Siempre hay una razón por la cual nunca me enamoro de ella. Es la única en la que yo realmente creo....
Se despertó mi apetito dentro de aquella enorme y anticuada boutique estilo londinense. Afuera llovía un panorama complejo, lleno de exactitudes meteorológicas que impedían a sus espectadores, abordar alguna posibilidad de escape.
Solo su presencia me atiesaba las extremidades, los huesos y sorprendentemente todas aquellas ganas de narcisismo injustificado se replegaban como salvajes corderos de las estepas.
Una energía celestial rondaba sus praderas, mientras que tan alegre y sutilmente, ella ignoraba mi presencia.
No quizá una ignoración despreciable, ni mucho menos una despectiva, puesto que mi conformismo ante la vida, reflejaba ciertas sensaciones positivas en el resto de los paseantes. Si bien me sentía presumido, y etéreo a la vez, estaba seguro que algo se traía en manos mi peculiar destino.
Lo que más llamo mi curiosidad de aquel momento, fue una canción en particular de Dandy Warhols que sonaba de manera apasionante, fusionando mi propio surrealismo con la realidad utópica.
“Los chicos son mejores, chicas estén atentas.”, señalaban los altavoces del lugar.
Pasé cuatro veces delante de sus ojos: cuando la conocí en otra vida, cuando pensé en ella y ni siquiera me percibió, cuando la soñé, y ahora que estaba frente a mi perspectiva colegial de una tarde de invierno.
Perfecta en su estado, su solidificación de independencia leal, de pensamiento leve y jubiloso, un toque mágico de su belleza adornaba el estereotipo clásico del lugar. Su perfume a color naranja aplanaba mis pupilas, dejando mi alma y mis emociones al desnudo. Simplemente me sentía inútil, cruzando la puerta, en pantaloncillos sabor a mierda, un destierro de la puta madre, y mis calcetines a medio comer por el tiempo despilfarrado entre ida y vuelta del infierno.
Seguí mi curso pasando muy cerca suyo, de tal manera que por unos instantes el tiempo de aquel entonces, se tomo todos aquellos milisegundos necesarios, para que ambos apreciáramos las casualidades del azar.
“Espero volver a verte”, me dije en un trance psicodélico. El cristal de mis sueños, de mis profecías y mis deseos más profundos generaban una linterna de color rojo que desgastaba su atención en mí, por primera vez, dejando de lado al resto de los errantes individuos en aquella estructura plena y puramente consumista.
No se porque, pero podría pensar de mil maneras como sumergirme en ella. El único equipo adecuado que tengo es mi emblema de lobo estepario, mi infravisión productiva, mis narcóticos anti desesperación, y la constante búsqueda de un espiritualismo, de una creencia no fundamentada en la decepción.
El universo está lleno de causalidades, no casualidades. Ningún ente rige desde un trono omnipotente, y la naturaleza es perfecta, a tal punto que se auto regenera, dejando al hombre como la criatura más débil de todas las especies.
Esto es tan cierto como que la debilidad mayor de esta raza es poder sentir, poder pensar, actuar y proyectarse a si mismo sobre un futuro impreso en las constelaciones que hoy no están.
No se porque lo hice, ni cuales fueron los principales motivos que justificaron mis acciones, mucho más no podría decir, sólo albergar la posibilidad de que una epifanía se apodero de mis actos reflejos.
Era lo que tenía que hacer. Un hombre hace lo que no debe hacer en el mundo contemporáneo y perdido, para mí fue necesario desterrarme de tal manera que su perfecta biología no llorara más, ni se emocionara o sintiera un desagrado mayor al que produce el siglo XXI.
Vendía imágenes ella. Les vendía a hombres y mujeres la alucinación perpetua de sentirse galanes, donde el cutis era una pradera recubierta con una especie de baba de consistencia gomosa, que daba al portador un asemejo a diferentes colores, también vendía a sus elegantes y aburridos cabellos una elegancia cuestionable, y por sobre todo, ella se sentía agobiada por semejante mentira publicitaria.
Esa obsesión de entregar al hombre cosas innecesarias para existir. Entonces comprendí, ahí mismo, sin rodeos o pensamientos negativos, que todo es producto de un algo, cuya base es injustificada mediante algunos incoherentes, que justifican a sus acciones como el algo de otro producto misterioso.
Algo así como decir que las empresas y la educación deberían fusionarse. Tan estúpido e ambiguo resultaba aquel concreto lucrativo, que vi la desesperación en carne ajena.
Vi la compulsividad de los comensales, que como bestias mitológicas hambrientas, gastaban sus pedófilos cupones (que cuatro horas atrás habían sudado para tenerlos en sus bolsillos) engullendo y devorando a su paso todo producto o artilugio falsete que se encontrase dentro de su rango de visión.
A mis ojos, no podría hablar de una crisis económica mundial, mas bien demostrar el porque del decline social, cultural, artístico y humanístico de la raza.
Pero me importaba ciertamente un carajo, lo que las sombras vanidosas hicieran de su existencia, yo me manifestaba por ella.
Finalmente conseguí juntar obscenidades y me dirigí a inspeccionar el lugar. Sabía internamente que nada de todo lo que ahí existía me parecía relevante, sin embargo no pude dejar de lado mi recurrente curiosidad e inspeccione algunos malévolos productos que se encontraban en los laterales. Me llamó la atención un líquido viscoso que eliminaba todo tipo de cabellos muertos, a cuesta de una considerable anexión de riqueza, además, la inversión opinaba en su envase de la siguiente manera:
“No se garantiza una efectividad segura. Pueden existir efectos secundarios al cabo de unos días, en tal caso la empresa no se responsabiliza por los daños causados, sean de carácter letal o produzcan algún tipo de contusión. Ante cualquier duda consulte a su médico.”
Quizá también ahí entendí el funcionar de la industria mundial. Vender ante cualquier duda, sin la menor duda de sea lo que sea, funcione o no, algún idiota siempre lo va comprar. El problema crecerá cuando sean millones de idiotas alrededor del mundo que adquieran su réquiem en pócimas a base de químicos.
Tampoco me importaba realmente, pues había leído de chico por ahí que cada imbécil se hace cargo de sus propias estupideces, y por ley, yo tenía las mías.
Hubo otra enorme gama de inútiles artilugios evidenciados (que no valen la pena mencionar), pero sin embargo, en un particular instante dirigí mi atención hacia un joven adolescente que parecía no encajar demasiado en el ambiente. Sus ropas de lo más común, y de preferencia oscura, incomodaban al resto de los insectos. Se lo veía contrariado y ofuscado a la vez, por lo que accione a brindarle una ayuda nigromántica. A toda esta escena, el ángel de los postergados, se posó unos metros detrás de mí y del muchacho.
- Veo que hay algo perturbante en tu mirada... ¿Puedo preguntar que te atormenta? – dije de manera fugaz.
El joven sorprendido por mi repentina labor, miró desconcertado y respondió:
- No se... puede ser que consiga ayudarme. Tengo que regalarle algo a mi novia, pero no se que... no encuentro nada de utilidad y apenas me quedan unas horas para ir a verla, es su cumpleaños, ¿Sabe usted? –
-¿Qué edad tiene? – pregunté curiosamente.
- Es... un poco más grande que yo, tiene unos......veintisiete, no, ¡Veintiocho años va cumplir hoy! –
Asombrado por la situación, reflexioné unos segundos muy breves y revolviendo entre mis experiencias y recuerdos, le dije:
- Es una mujer prepotente, no espera cualquier cosa de un joven, menos de su amante. Tengo una idea de algo que puede interesarle. –
Incomodada o sorprendida por nuestra conversación, la joven interrumpió diciendo:
-¿Por qué dice que es una mujer prepotente? – y como fastidiada esperó una respuesta.
Yo, ignorándola de manera amistosa, acudí al joven indicándole que me siguiera para hablar alejados, sin que ella pudiera escucharnos, lo que terminó produciendo cierto jugueteo, donde intentaba escuchar de qué hablábamos nosotros.
Nos alejamos hacia la sección de los perfumes, y la joven ángel con aires de curiosidad extrema, se detuvo frente a unos estantes con ropa femenina, generando un orden entre ellos, y a la vez intentando prestar atención a mis instrucciones sobre el joven adolescente.
-Un perfume exótico, suele ser una de las mejores opciones. Son caros como todo lo que hay aquí, pero ella va sentirse especial, sabiendo que huele algo diferente a todas las mujeres con las que has estado. – indiqué sutilmente.
El muchacho se quedó perplejo y no exclamó, ni objetó, ni dijo absolutamente nada de nada. Me miró de reojo con seguridad, y buscó dentro de sus bolsillos treinta y cinco arrugados pesos. Por una cuestión monetaria no le era suficiente para pagar los delirios de la tienda estilo londinense, de alineamiento conservador, lucrativo e incluso elitista.
Al cabo de unos instantes, aparecieron otros dos muchachos de las mismas características al anterior, con la misma vestimenta, y entre los tres procedieron a juntar una suma equivalente al perfume extravagante propuesto por mi persona.
La joven pelirroja estaba asombrada. De repente se había congelado observando la situación, mientras que me di la vuelta y la sorprendí, intrigada en toda la secuencia anterior.
Rápidamente se sonrojó, posiblemente sintió vergüenza, y me dio la espalda.
Sin pensar esto como un impedimento, me acerqué le toque el hombro y quise entablar una conversación. Su mecanismo de autodefensa fue reflejado mediante una frialdad desconsiderada, adoptando una personalidad semejante a la de toda la escoria del lugar. Con aires aristocráticos, intentó rechazarme, mientras que doblaba ropa horripilante con símbolo de cocodrilo y palos de golf. Sabía yo, que su elitismo, era solo una propiedad de la careta diaria, empleada para repeler aves de vuelo bajo, de mediocridad absoluta, pero esa débil táctica no iba funcionar contra este viejo felino.
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