Un haz de espiritualidad cósmica es quizá la mayor de mis ambiciones, profetas de la vieja África y las traducciones de aquellos cánticos espirituales.
Me gusta confiar en las cartas del tarot, y creer que todo es moldeable.
La chica de la esquina me gusta, y es muy fuerte.
Fuerte el placer de su cabellera mientras derrama resplandores de energía buenista, de complejos ultra etimológicos me torna, comprender la situación que me acompaña.
Voltearme a su puerta, a sus ojos y creer que Jah Rasta es una mentira.
Debo haber probado más drogas que religiones, más ilusiones que decepciones, y más depresiones que ambiciones.
En todas ellas descubrí el amor profundo que produce sentir el cambio, evidenciar los acontecimientos, pensar en blanco y descubrir una posible meditación.
Así es como me cuesta ver el futuro. Pero también es así como quiero ver el futuro. Ya no somos moralejas, ni somos reflexiones del ebrio.
Ya no quiero jugar al Bukowski, porque de esos solo hay uno, y muchos caminos, pero todos ellos conducen al creerse impotente,
al ser irreverente con uno mismo, a deprimirte y sentirte feliz de haber tomado semejante ideología como la de él.
La Tierra en crisis es el peor de los libros. La peor de las realidades, de cuando era chico y veía los dibujitos de “Capitán Planeta”.
Montones de imbéciles, mounstros, y empresarios acribillando a los hermanos de gaia, sin rejuvenecer la última pizca de nuestra alquimia, entre humanos y desolladores.
Siento la bravez del ser y me dan ganas de estallar. Siento a la vez unas ganas tremendas de seguir leyendo, para cultivarme y no ser un espíritu de poco lujo, con traje y corbata, portafolio cargado de miedos e inseguridades, en pleno Florida, camino al fucking subte.
Una crisis etimológica, de errores, de problemas enseñados en los antepasados de las almas.
Errores sin perdón de cómo estereotipar nuestras vidas entre libros inútiles de contenido economista, estereotipos o clichés soberbios de cómo tomarse un taxi y gastar menos dinero, errores antropológicos de tener miedo a lo desconocido.
Creerse el peor error de la vida, que vivir es ganar dinero.
Como el anillo de Sauron, una vez que tenés mucho, querés demasiado. Pero no va haber nadie que destruya el anillo, y cada vez se vuelve más interno, y mas sofocante.
Hace tiempo que vengo sintiendo de cultivar a Sauron dentro mío. Mi estomago ruge todas las mañanas,
y entre mate-cigarrillo, cigarrillo-mate, mate-cigarrillo-mate, cigarrillo-cigarrillo-mate, mate-cigarrillo-cigarrillo-mate, me he dado cuenta que deje de levantarme, dejé de ir, dejé de mirar.
Es más el hambre que sentía, que las posibilidades de ver un mal dentro mío.
Me gusta sentirme que el alma se cultiva a través de los efectos diuréticos.
Me gusta pensar que el reggae es la música del alma, y que nunca voy a ser rastafari, no porque no me guste sino porque no me gustaría llegar a esa meditación.
Recuerdo mucho, pero me olvido poco. La mente en frío, y listo para la meditación.
La veo a ella todo el tiempo en mis sueños, pero la recuerdo demasiado.
Tengo el bolsillo lleno de semillas, pero no hay flores para cultivar.
Mis ideologías aventuradas en la psiquis, pero ningún sentimiento revolucionario.
La espiritualidad en alza, pero ningún objetivo contundente.
La necesidad laboral urgentísima, pero sin métodos antroposóficos.
La salud mental en recuperación, pero nada para ingerir dentro de mi insanidad.
Una bocha de flores azules para regalarle, pero ninguna para destruir.
Muchísimas oportunidades, pero cuatro paredes de mierda y cemento.
“Trataré en los próximos días de creerme la belleza, aunque exista el bienestar”, leí en algún lado.
Lo único que puedo saber hoy, es que Saruman va caer, y mientras conserve mis poderes, mientras mi fé en alto esté, y la imaginación abierta, la batalla será mía.
Voy a ser profeta para hacer creer en algo, y voy a creer en algo, cuando te des cuenta de los códigos.
Cuando tu libertad sangre alcauciles podridos, y tus orgasmos saban a miseria, vas a levantarte e irte.
Yo me levanté y me fui, te gané de mano. ¿Nos vemos el jueves?
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